domingo, 6 de septiembre de 2015

Sangre por las venas



Se me abre de nuevo el debate. Siempre lo hacen otros, no yo, que lo considero innecesario: vamos a ver, ¿tú eres de derechas o de izquierdas? Para empezar servidor es ingenuo, sobre todas las cosas; de segundo, un tipo desmedidamente apasionado. Esto último trae no pocos disgustos, hasta que la edad lo haya pulido, no demasiado, espero, frustraciones propias del poeta romántico. Pero ingenuo, decía de mí, e insisto, ni de derechas ni de izquierdas, más bien un peatón humanista. Que no es lo mismo que decir de izquierdas, que la izquierda tampoco ha demostrado serlo una vez alcanzada la falsa victoria. Tampoco soy de Podemos, no me considero un podemita: en el mercado están las peras, las manzanas y las naranjas; y las peras están pochas, las manzanas llenas de bichos y las naranjas, aunque caras, tienen buena pinta; ¿qué voy a comer de postre? Claro que decir, mi pensamiento es de corte humanista, suena pretencioso, cuando no debería. Y suena pelín cursi decir que se es un ser humano que no solo se preocupa de sí mismo, sino que también se preocupa por otros semejantes y, en esa línea, en el pasado, presente y futuro de la especie pensante de entre todas las que habitan este globito verde y azul, al que, de seguir así, le queda no más de un cuarto de hora. Quien no haya visto el mal, quien no ha sido capaz de reconocerlo en sus propias palabras y acciones, tiene poco material para ver la realidad del mundo en toda su complejidad, de intuirla siquiera.

La complejidad de ese mundo y la ceguera generalizada son la causa de que al ser publicada la fotografiada del niño sirio durmiendo el sueño de los justos en una orilla turca muchos traten de hacer política con un problema que ante todo se ha de solucionar siendo humanos, ni de derechas ni de izquierdas, ni europeos ni alemanes ni españoles, humanos. Ahora en estos tiempos, veloces como un Cadillac sin frenos, que dijo Sabina, nuestra humanidad parece perdida, del todo y sin remedio. El columnista Enrique García-Máiquez trata de colarnos en su espacio "Su propio afán", tan propio, en el Diario de Cádiz, los supuestos factores económicos y culturales que no estamos valorando por un prurito de sentimentalismo en el asunto de la acogida de refugiados; lo hace bien, tiene oficio en esto. Su buen uso de la pluma es un desperdicio cuando lo que se escribe roza lo mezquino, cuando no una carencia total de empatía, una lamentable ausencia de humanidad, muy poquita vergüenza. Es uno entre muchos. Tampoco tiene sentido difundir la noticia que circula por ahí queriendo vender que los hambrientos que escapan de la guerra rechazan comida por llevar estos paquetes la conocida cruz roja por ir en contra de su religión. Hay quienes han abierto en Facebook una página llamada "Aforo completo", nada que comentar al respecto. Va a resultar válido aquel versito que escribí hace un tiempo que dice "que no es cierto, que haya más poetas que genocidas". Lo cultural y lo económico importan bien poco cuando vemos que las aguas nos devuelven ahogados los niños de aquellos que huyen del Mal, de la guerra.  

Los señores de la UE han prometido tratar el asunto de los refugiados el día 14 de este mes. Si saben que van tarde en esto y además no se reúnen de urgencia, lo que sí es una certeza, es que se la suda muy por lo bajo lo de los niños ahogados, lo de sus padres y lo que ocurre en Siria, tan veloces que fueron con Libia, tanto como lo fueron en Irak. Allá van los soldaditos, de ayuda humanitaria.

Había quien denunciaba la imagen del pequeño Aylan -o que abrían debates paralelos sobre ética periodística, mareando la perdiz más que nada, dando a valer su opinión por ser su opinión tan merecedora de reconocimiento, la mía es más larga y gruesa than your- por lo desagradable de la misma, que era poco útil su difusión, que como esa habían visto muchas y que no servía para cambiar nada. Muy poco tenemos realmente los peatones para cambiar las cosas, un mínimo margen de movimiento y apenas unas pocas herramientas. Entre esas herramientas están las redes sociales, que no todo va a ser ordinariez y autobombo e hipocresía. A partir de la respuesta general e indignación mostrada en las redes, la presión ejercida como uno más de esos pocos fenómenos espontáneos y justos que ayudan a la reconciliación con el ser humano, el discurso de los mandamases europeos cambió y las cifras de personas a refugiar también, se empezaron a manejar más del doble de lo que se había tratado en un principio.


Me preguntaban al respecto de mis inclinaciones políticas: ¿qué prefieres, el orden o la justicia? Estaba claro que si respondía una cosa era de derechas, si la otra, de izquierdas. Me niego a responder, obviamente, para no seguir un juego pueril. Esperé un poco antes de decir que el debate entre izquierdas y derechas me parecía antiguo, poco eficaz, me apoyo en lo que sabemos del siglo XX. Fue entonces que el problema era que yo pertenecía a otra generación, una más reciente, como si no habitase uno el mismo mundo que ellos, como si mi realidad fuera otra distinta. Podría haber dicho algo de lo vivido hasta este preciso momento, lo que he visto en otras partes del mundo -un mundo dentro de este mundo-, lo que una vez provocó en mí el pensamiento en el que la política tiene un peso menor que otras cuestiones. Pero no lo dije. Ver y vivir cambiaron una forma de pensar, de entender, ir un poco más allá en los problemas que aquejan a la humanidad de estos tiempos, de este Cadillac desbocado. Es por eso que creo que la fotografía del pequeño Aylan es necesaria, también otros tendrían ahora la oportunidad de ver y de vivir, si aún les corre sangre por las venas, y se olvidarían por una vez en su insignificante existencia que son de derechas o de izquierdas; sobre todas las cosas, son humanos. 

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