jueves, 20 de agosto de 2015

Apología y petición (Jaime Gil de Biedma)



Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?

De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.

Nuestra famosa inmemorial pobreza
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno,
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.

A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.

Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.

Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.

Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.


(Después de esto apenas queda nada que decir. No existen las justas palabras que obliguen o recomienden al ánimo de la lectura breve; leer estos versos y después nada más, no leer más sino pensar, de forma activa, como harían si lo fueran los seres pensantes de un Mundo a la deriva gravitacional del Universo. Después de esto el español, ese huerfanito lastimero, ese palestino sin cojones ni vergüenza, debería concederse lo que dura un cigarro y volar -que en ocasiones, para nosotros, criaturas que se creyeron lo del infierno y el paraíso en algún momento, es como pensar, de forma sencilla y sin complejos-, volar el aire cálido del verano -otro más- que dejamos escapar. Después de leer estos versos uno debería reescribir aquel aforismo de Benitez Ariza y correr hacia el espejo; no leer más, como si lo leído ya fuera suficiente, como si fuera tal que una cita en la que nos prometimos "una solo, luego para casa". Así creo yo que se debería hacer después de esto, porque pocos lo escribieron igual, sobre España, en redondilla y minúscula, despojado de la falsa gloria y la injusta gloria que una vez creímos heredada y que ahora más que nunca sabemos inexistente o breve, distinta tal vez, falsa en cualquier caso o ineficaz de cara a un futuro en el que difícilmente caeremos de pie. Después de leer el poema de Gil de Biedma, de este poema, no leamos nada más durante un ratito -es lo más que puedo llegar a esas justas palabras-, dediquemos la mirada a cada cosa a nuestro alrededor y definamos un nuevo cosmos en el que todo es diferente porque lo hicimos diferente, más sencillo, menos nocivo, más justo en el sentido literal del término y menos homicida, en el sentido literal del término. Busco las justas palabras que inciten al mal pagado gesto y perdida costumbre de reflexionar como si fuera útil -o más bien necesario-. Háganse un favor tal y como procura este amigo que les quiere bien, al fin y al cabo: quítense la ropa, lean el poema. Luego me cuentan). 

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