domingo, 28 de junio de 2015

Macabra ola de calor.


Niños en la playa. Joaquín Sorolla. 1910.*


A las ocho de la mañana el termómetro ya dice veinticinco grados. Siempre que miro el monitor digital que informa sobre la temperatura recuerdo que una vez, a las ocho de la mañana también y para mi asombro, un termómetro me dijo que estábamos a cuarenta y ocho. Eran otras latitudes. Nos ablanda el cerebro la ola de calor; va bien a veces un cerebro blando.

La ola de calor: en la mañana abren temprano las primeras churrerías, los adoquines se despegan unos de otros, se liberan; sabe uno que en algún horizonte la tierra o el mar se recortan en contraste con el naranja fuego del sol nonato; las cafeteras en los bares chillan y surgen conversaciones en bocas bajo ojos soñolientos y bocas con olor a coñac; el aire está detenido; poco a poco, las calles se van llenando. De gente. La gente vestirá ropa fresa y se dirigirá al partido o querrá aprovechar y cargará bolsos con fiambreras, toallas, el "Diez Minutos", un libro quizá (pueden encontrar edición de bolsillo de La templanza de María Dueñas a poco más de seis pavos en Hipercor); bolsos con cremas para el sol, sillas de playa, niños en chanclas, bañador y desprovistos de camisetas, poco a poco, la gente, todos, en un flujo exponencial. Cosas que pasan aquí en el sur.

Hemos llegado vivos de milagro a este domingo. ¿Cómo no parecerle a uno cada día una especie de milagro? Los domingos más si cabe, este domingo en particular. Si España es periferia, Cádiz es insular. Se tiene la sensación de poder mirar al continente europeo como apostado en la almena de un baluarte. Cuando el sol se instala sobre nuestras cabezas y el aire se recalienta como en estos días todo parece moverse con extremada laxitud.

Tanto es así que apenas creo haber superado este viernes último. Insisto que hemos llegado vivos al domingo gracias a una especie de milagro.

En una playa de Túnez mueren treinta y ocho personas y quedan heridas otras tantas por acción del fuego de fusil. Aún con la sangre parisina secándose en nuestras ropas los medios nos informan de la decapitación de un trabajador en una planta de gases de Lyon. Una mezquita chií de Kuwait se destripa en singular explosión -atentado suicida- y mueren veintisiete personas, otras doscientas quedan malheridas. Menos importante al parecer, en Somalia, los "guerreros" de Al-Shabab emprenden una "ofensiva" contra algunas instalaciones militares dejando a su paso otra buena ristra de cadáveres (entiendan el entrecomillado como una disculpa por pecado de inexactitud). Llegaba la ola de calor a nuestros pagos, y con ella, otra ola, una ola macabra. Aquí es donde podríamos decir aquello de: así son las cosas y así se las hemos contado. Pero no, no puede ser.

Las playas del sur insular se va llenando, el estadio Ramón de Carranza también (el Cádiz C.F. se juega hoy su ascenso a segunda), la gente acude a la libertad como el abejorro a las tomateras. Se ríe y se celebra el domingo estival que todos esperábamos y al que llegamos milagrosamente vivos. El calor empuja a los niños y los lleva algo más allá de la orilla. Como en las gradas del Carranza los playeros toman posiciones de cara al Atlántico y asientan y clavan sombrillas, estiran toallas sobre la arena recalentada, la tierra gira sobre sí misma; y el Eurogrupo extorsiona a Grecia.

Memento mori, y más pronto que tarde, le dicen a los griegos. Cuando los griegos dicen: oh, sí, queremos, claro que queremos, de hecho estas son nuestras medidas: reduciremos sustancialmente el gasto en defensa, desarrollaremos un nuevo plan energético más económico, gestionaremos de forma austera nuestras administraciones, haremos un esfuerzo brutal pese a nuestros pocos medios disponibles, las medidas serán todas las necesarias menos exprimir a un pueblo soberano ya en los huesos de la desesperación. Pero a Europa (léase Alemania) le importa un carajo los pueblos soberanos descarnados por la angustia. Europa dice nein, nein y nein, que no puede ser, eso de pensar más en la gente que en tributar a los viejos nuevos señores. E imagino que Europa pueda pensar: ¿tan difícil es hacerlo como los españoles? Los españoles rescatan a sus bancos con dinero público y después, si los españoles, que no tienen trabajo ni esperanza de tenerlo y para quienes la soberanía y el patriotismo son la misma cosa que el toro de Osborne, no pueden pagar sus casas, los bancos hablan con los jueces y estos con la policía y los bancos les quitan sus casas a los españoles, como es normal y europeo hacer european old school style, y ya está ¿tan difícil os parece hacerlo así?

Claro, Europa no puede vernos ahora, aquí en la playa, despelotados, sofocados por la ola de calor, en pleno carnaval, libres del yugo de un martes cualquiera.

Es toda una experiencia en sí abrir una fiambrera con bistés empanados o tortilla de patatas bajo la sombrilla y la sombrilla bajo el sol, frente al mar. Las terrazas de los bares reciben al sediento y al hambriento. Son calles de aire volcánico en plena ola de calor. Es la gente, que acude a la libertad, como la boca al beso.

Tiene mucho de simbólico esto de ir a la playa en domingo. Se aparca la locura y la barbarie momentáneamente. Uno sabe que, de vuelta, tras pisar de nuevo asfalto o adoquín, locuras como la de este viernes último, como las de esta Europa -no en vano tierra toda ella sembrada de cadáveres y regada desde antiguo con sangre de europeo- deshumanizada, regresan a los corazones frutos del milagro las miserias de un mundo que nació loco y bárbaro como un talibán o como responsable del BCE. El bofetón de realidad nos comprime el pecho, somos incapaces de poner nombre a esta especie de abandono al desastre.

Uno sabe que ocurren cosas como la muerte por difteria de un niño de seis años cuyos padres decidieron, en mitad de la insidiosa confusión, no vacunarlo por su propio bien. Sí, un niño, igualito a esos que ahora juegan en la orilla.

Somos incapaces de poner nombre a esta especie de desenfreno homicida y al milagroso hecho de haber llegado a este domingo con vida, entre una cosa y otra. Yo lo voy a llamar "Ola de calor", o mejor, "Macabra ola de calor".


*Si hay un pintor que ha sabido captar la luz del Mediterráneo es, sin lugar a dudas, Joaquín Sorolla. Fue un especialista en reflejar en sus obras la luminosidad y la alegría del Levante español. Valencia, su ciudad natal, será su lugar preferido de inspiración y donde encontrará su temática favorita: pescadores, niños bañándose, jóvenes en barco, etc. Por eso los retiros del artista a Valencia van a ser cruciales para su producción. Era habitual encontrarle por las playas captando en sus lienzos a sus gentes y su luz, esa luz dorada y brillante que tan bien ha sabido mostrar Sorolla en sus cuadros. Niños en la playa es una de las obras cumbres del pintor. Tres niños aparecen tumbados en la playa, en el lugar donde el agua de las olas se mezcla con la arena, muy cerca de la orilla. Los niños desnudos, como se bañaban en los primeros años de siglo los muchachos del pueblo, demuestran el perfecto dominio del pintor sobre la anatomía infantil. Pero el tema no deja de ser una excusa para realizar un estudio de luz, una luz intensa que resbala por los cuerpos desnudos de los pequeños. Las sombras para Sorolla no son de color negro tal y como dictaba la tradición, sino que tienen un color especial según consideraba el Impresionismo. Por eso aquí emplea el malva, el blanco y el marrón para conseguir los tonos de las sombras. Una de las preocupaciones del pintor eran las expresiones de los rostros, que ha sabido captar perfectamente en el niño que nos mira aunque su cara no esté claramente definida. Observando este cuadro, el espectador puede respirar la atmósfera del Mediterráneo, que Sorolla tan bien conocía (Fuente: http://www.artehistoria.com/v2/obras/670.htm).

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