martes, 17 de junio de 2014

La lección del coronel






Frank decide que es un buen momento para aparcar su pesimismo y sus miserias de whisky y bastón por la causa. La causa es Charlie, pero la causa es algo más. El pesimismo de Frank hace años que se manifiesta en forma de cabreo con el mundo que tanto le dio para luego arrebatárselo. ¿Qué sentido tiene seguir con todo esto ahora?

Cuando Ernest Hemingway se descubrió corriendo escopeta en mano trotando por las sabanas africanas al otro lado del río y entre los árboles, cuando tuvo esa irrecuperable visión del pasado, el dolor y la angustia, su corazón maltratado por la enfermedad de la mente, decidió que ya había llegado el momento de borrarse. Para quien haya leído al bueno de Ernest no le resultará difícil descubrir ese momento crucial en la vida del escritor. Su suicidio no sólo es comprensible, es perdonable, es la coherencia del personaje que llegó a ser.

Para Frank ese momento no ha llegado. La salvación es posible, es posible que el pesimismo y el enojo existencial se transforme en la mayor lección que un ser humano puede dar en la vida.

Un aroma de agua y jabón se presenta al olfato del viejo coronel. Es un olor un millón de veces recordado y es por ello por lo que puede reconocerlo sin dudar. Es la esencia de mujer.

Para Charlie no existen esos olores. Charlie conserva sus cinco sentidos y sin embargo de ninguno de ellos se vale. Es un coñazo ser lazarillo de un viejo coronel amargado, por muy idílico que pueda resultar el salón comedor del restaurante y que de fondo suene la música misma del amor, la que invita a mover los pies de una forma desconocida. Charlie ya no es un muchacho de algo más de veinte años, Charlie ahora es el ciego.

El día en que dejemos de mirar será mejor que muramos, dice el viejo Frank. La incredulidad de Charlie es insultante. Se han cambiado los roles. Frank de pronto se convierte en auténtico lazarillo y el muchacho se convierte en algo peor que un coronel retirado, ciego y pesimista. Y todo este cambio lo ha generado el aroma que llega lejano como el recuerdo de toda una vida que ha sido maravillosa.

La muchacha sentada es un símbolo. La muchacha sentada y sola representa la vida. Es una muchacha preciosa y seria que espera. No se puede dejar esperar a nada a una muchacha preciosa que significa la vida misma. Y eso Frank lo sabe bien. Y de eso Charlie ni tiene ni puñetera idea, que se deja llevar por el nuevo lazarillo hasta la mesa de donde procede ese aroma de agua y jabón y de vida.

Estoy esperando a alguien, dice la muchacha, como quien espera condena. El ciego lo ve e insiste en que la condena puede esperar. El muchacho sólo mira. Tardará unos minutos, responde la muchacha a la insistencia del coronel, que es rápido y ocurrente y posee una sabiduría que nadie más puede entender en esa mesa de restaurante: algunas personas viven toda una vida en unos minutos. Y de pronto, muchacho y muchacha, saben que el viejo Frank dice la verdad.

Como Charlie da muestras de que no se está enterando de nada Frank saca a bailar a la muchacha.  ¿Cómo puede un viejo ciego bailar el tango? La pregunta tiene fácil respuesta. El viejo lleva bailando el tango toda una vida, y puede volver a hacerlo del mismo modo que ha podido reconocer la esencia de mujer.

El baile ha comenzado. La ejecución no es perfecta, lo es la interpretación de Al Pacino, un ciego muy creíble que baila de memoria. La muchacha ha demostrado aceptando el baile que la vida está ahí para sacarla a bailar.  No sabemos si Charlie ya ha aprendido la lección, pero tampoco nos importa. Ahora importan el maestro y la muchacha, en el centro de la pista de baile mientras el resto de comensales del restaurante los miran asombrados. La elegancia de la muchacha es la de la más increíble de las matemáticas. Se deja llevar, el viejo Frank la guía a uno y otro lado y el movimiento inspira a los músicos y la escena, la música y el movimiento de los bailarines y la risa nerviosa de ella y los gestos apasionados en el rostro de Al Pacino, golpea la mente del espectador de Esencia de mujer.


La ejecución no es perfecta. La ejecución nunca es perfecta, la vida misma nunca es perfecta, pero eso no importa. Se trata de bailar siempre como si fuera la última vez y se trata de que ella lo merece; se trata de que cuando se ama a una mujer se ha de hacer apostando al todo o nada en cada paso del baile; y se trata en definitiva, en esta magnífica escena, de que el muchacho aprenda la gran lección del maestro, un muchacho que tiene nuestro nombre.

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