lunes, 26 de mayo de 2014

Gritamos mucho




Gritamos mucho. No soy capaz de sacar una clara lectura del resultado de estas últimas elecciones. No soy capaz, no puedo decir, no puedo creer. Y es muy probable que seamos muchos los que hoy sintamos esa incómoda incapacidad. Las malas noticias son muchas después de la visita a las urnas. Las buenas, no las reconozco y es comprensible la desconfianza en los demás. Pero gritamos mucho. Hoy todo ha sido mucho mucho ruido, que cantara Sabina. Facebook es una guerra en estos momentos. Mi corazón es sensible a estos gritos. Imagino las caras que dibujan las bocas que gritan, y yo conozco esas caras, y esas caras me producen pavor. Lo democrático está en el voto. Uno vota, o no lo hace, o vota en blanco, y hace uso de su pequeño trocito de democracia. Pero después sale a gritar, a querer llevar la razón. Cuando esto no es más que la razón de la sinrazón. Las reglas del juego son las mismas de siempre. Y mucho me temo que ya estén escritas a fuego en esta inercia irrefrenable y dolorosa. Pero gritamos, ay, gritamos y gritamos cada vez con más fuerza, y con nuestros gritos no hacemos más que alimentar a la bestia siempre presente de la más triste de las tragedias. Si yo fuera más inteligente y capaz de entender con profundidad, de hacer una lúcida lectura de los resultados electorales, es muy posible que también se me viera gritando en estos momentos. Pero digo ¿por qué gritamos? ¿Ejercemos así nuestra libertad de expresión? ¿Tenemos en realidad opinión? ¿Es tan sabia como para gritarla? El siglo veinte fue anteayer y ya lo hemos olvidado. Eran estos mismos gritos de ahora los de entonces. Estos de ahora son gritos de una guerra que parece que todos anhelan. Todos los pececillos del mar de Facebook muerden con fuerza su anzuelo, se aferran al mástil de su bandera. Ya están todos gritando y listos. Ahora ya cualquier momento podría ser el bueno. Ya es posible el desastre. Mi más sincera enhorabuena, sí, a vosotros, sí, sabéis quienes sois, hijos de la gran puta.

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